Gustando del cadáver de las intenciones de un artista

Gerardo Jorge

Texto realizado para acompañar la muestra El caldero y las cuatro manifestaciones, Galería Appetite, Bs As, 2008


No me gusta el “repertorio”, el horizonte temático de la pintura de Reos.

Monstruos, chicas voluptuosas desnudas ante ellos, máscaras teatrales y fantasmas poblando tenues oscuridades, son para mí figuraciones que vehiculizan alegorías que no me seducen en particular.

Sin embargo, escribo este texto para enfrentarlo a la obra literalmente más grande que ha pintado este artista hasta hoy y la pregunta sobreviene: ¿por qué? ¿Qué es lo que abre un paréntesis o –mejor- una fuga en esta sensación estable?

Hay apuestas más y menos frecuentes en el arte, como en todos los ‘mundos de la vida’. Y hay un Reos, en este sentido, del que quisiera decir tres o cuatro cosas que lo pueden mostrar en un lugar un tanto inusual entre los pintores jóvenes locales. Un Reos que existe, pero que vive sobre todo en un posible que se abre al percibir sus trabajos, en un deseo o lapsus permitido por las distintas aristas de lo real.

En El Caldero se conjugan con riesgo algunos elementos que por fatiga, facilismo o acaso por motivos que me escapan, muchos artistas contemporáneos omiten hacer reaccionar entre sí.

El monumentalismo que esta obra persigue físicamente, buscando un impacto distinto cualitativamente para la percepción, es un gesto tan ambicioso como ambiguo y dudoso, que se ve extrañamente potenciado por su combinación con el tratamiento barroco y recargado compositiva y pictóricamente que la pintura presenta. No hay entonces aquí un despliegue de pintura gestual en gran formato, sino la radicalización de cierto plan de pintar figurativamente, de modo técnicamente pseudo-clásico, “tradicional”, llevándolo a una escala ahora infrecuente. Ésta es una combinación extraña que ya supone un tipo de experiencia visual rara, particular: la apertura de un sinuoso intersticio donde vibran la pretensión, la destreza técnica, la ambición genuina, lo conservador, la labor de la decodificación y el aturdimiento sensorial que la obra provoca.

Ahora bien, esa recarga pictórica o barroquismo de la obra, que está “llena”, con sus figuras pintadas en detalle y distribuidas de modo parejo y abarcativo en el plano (que queda así saturado), además de presentar un avatar no tan acostumbrado, incierto, al combinarse con la gran escala, permite en esta expansión dos miradas o aventuras perceptuales bien distintas: la “lectura”, la decodificación de lo representado, es decir, aquello que no me parece interesante; y otra posibilidad, que es ver en esta sobresaturación un momento para “no leer”, la ocasión de mirar otra cosa, algo más cercano al orden de la impronta, el momento en que no importa tanto cuán “bien pintado” está el cuadro incluso, o cuán legible es, y en el que lo que emerge es materia distribuida intensa y extensamente en una suerte de all over sobre una tela de grandes dimensiones, gasto, escatología.

En este sentido, podría decir que me interesa, en contradicción acaso con las intenciones del artista y con la orientación de su proceso de producción, el efecto de Reos como pintor abstracto, o como pintor matérico, sensorial, informal: el momento en que su apuesta narrativa se desvanece y se levantan -como del cadáver de sus figuras- el color y la materia como potencias.

Entonces entiendo que llega el ave carroñera de la pintura y se alimenta.







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