Relevar y revelar
Gerardo Jorge
Texto realizado para acompañar la obra Declaración de apariencia, arteBA, sección Utopia, Galería Atocha, BsAs, 2019En un debate enterrado en un archivo de la televisión francesa de fines de los años noventa, el filósofo y urbanista Paul Virilio reflexiona sobre la realidad virtual, entonces una tecnología que apenas empezaba a moverse de lo experimental a la industria. Consultado sobre un conjetural escenario en el que lo virtual adquiriese un gran influjo sobre la sociedad, Virilio esquiva los puntos de vista agoreros o promotores, pero plantea que “el principal peligro sería que se instale una realidad y humanidad de emergencia, que siga pudiendo existir pero a la que se le niegue el derecho a la propia historia”.A más de treinta años de esa charla, en un escenario de realidad “aumentada” donde los términos “real” y “virtual” entrelazaron sus significados de un modo impensado, en un contexto donde la VR es ahora sí un segmento de mercado para el entretenimiento y la pornografía, y donde las redes sociales, los sistemas de seguridad y espionaje y la biometría están tramados en forma inextricable, la frase de Virilio parece todavía tener algo que decir. Tal es así, que incluso parece hablar cuando nos enfrentamos a Declaración de apariencia de Juan Reos, una obra que no trata de la realidad virtual y que tampoco discute de modo único o subrayado la tecnología como problema. Declaración de apariencia es una obra que, a la manera de muchas del pop art, pone la mirada sobre las formas de representación y de circulación de la información, bajo la forma de un mosaico o muestrario. Es cierto, Reos llega a esa suerte de muestrario a partir de una investigación sobre las formas de producción de los identikits, “retratos hablados” o “retratos robot” que hacen las fuerzas de seguridad de distintas partes del mundo, incluido el uso del software FlashFace, y así, en alguna medida, su obra está ligada a lo técnico y al código como problemas. Pero más que nada, parece trabajar con diversas preguntas. ¿Cuáles son los medios con que se producen las imágenes que nos identifican? ¿Para qué se usan esas imágenes y cuál es nuestro lugar en ellas? ¿Cómo surge la información con la que trabajan? ¿Qué sucede en el desplazamiento de lo verbal a lo visual y a lo icónico? ¿Y –sobre todo- qué relación tiene todo esto con la antiquísima tradición del retrato en el dibujo y la pintura?
Muy bien, en este punto habría que apurarse a señalar que Declaración de apariencia no consta sólo de una serie o mosaico de “retratos”. Se trata también de la exhibición de un instrumental usado para realizarlos (un cuestionario con íconos y opciones a elegir, armado por el artista en base a las investigaciones mencionadas, dirigido a que personas desconocidas para él se “autodescriban”). También se trata, por lo tanto, de un procedimiento colaborativo: las personas han completado esos formularios, han colaborado aceptando un juego, a veces por amistad con el artista, otras veces por curiosidad, otras veces por narcisismo. Pero el resultado, una retícula de treinta caras monocromas que flotan cada una en un plano blanco como un espacio abstracto, es como mínimo problemático. Reos, acaso para desplegar una tensión que le interesa, llama “retratos” a estos dibujos. Y seguramente muchos de ellos pasen la prueba del reconocimiento, es decir que los informantes se reconozcan. Y sin embargo, como escribe el poeta Arturo Carrera en su crucial libro Potlatch a propósito de los juguetes y el dinero como formas de representación, “hay presencia que falta”.
En la historia de la pintura es casi un lugar común afirmar que lo que hace de un retrato algo logrado es la profundidad psicológica, la descripción interna, el acceso al inscape del retratado a través de un punctum, del gesto del dibujo o por cualquier otro medio. Y podríamos hablar de muchas formas de enriquecer o cargar de sentido un retrato, pero siempre estaríamos ante la necesidad de subrayar que lo que importa no es el grado de ajuste o precisión en términos perceptuales, sino que se trata más bien de proponerlo como un vórtice, un punto de confluencia de la mirada, de las miradas de muchos sobre uno, donde esos muchos tengan algo o mucho para ver (descubrir) en esa individualidad y el retrato pueda hablar (revelar) a su vez un espectro inagotable, superando la infancia de la mímesis y la anécdota de la encarnación. “Y sin embargo”, como escribe Carrera, lo que sucede al observar el mosaico de Declaración de apariencia, es de otra índole: la experiencia entre fea y siniestra que propone esta obra remite a una suerte de falso fondo, acusa un carácter teatral, cierta falta de espesor. Parece que estamos frente a una galería de máscaras más que ante un conjunto de retratos que desentrañan rasgos medulares de seres vivos, densos e históricos. Las máscaras (reduccionistas, taquigráficas, mecánicas por su combinación de “pose”, encuadre y color; suerte de extracciones de datos y rasgos) han sido realizadas con la misma materia prima con que trabajan las redes a través de las cuales el artista convocó: el deseo subjetivo -en tiempos de neoliberalismo global- de ser visto o retratado, de tener una historia o presencia, de establecer lazos incluso genuinos con los demás. Pero las imágenes acentúan el anonimato inscripto en el procedimiento y reenvían a la extrañeza en el plano vincular y a la idea de algo que se oculta o desaparece. Por un lado, los retratos carecen de contexto, son todos de un mismo formato y ven potenciada su serialidad por la técnica serigráfica y el carácter metódico del dibujo (que parte de un esquema); además, cada rostro es presentado sin nombre ni título individual, sin lenguaje verbal agregado. Por otro, el código fuente de esa representación, su forma de producción, es visibilizado a la manera en que el pop art desplegaba, de acuerdo a la perspectiva de Masotta, un trabajo crítico y de señalamiento sobre lenguajes y materiales. Si es posible decir que buena parte del mejor arte de las últimas décadas tiene una deuda con el pop en tanto enfoque que toca un corazón de lo contemporáneo (la alienación ligada a la mediatización), también hay que decir que Reos venía trabajando los últimos años en experimentos que remitían a artistas de esa escuela como podría serlo Tom Wesselman. Pero ahora el foco puesto en los medios y lenguajes como objeto de una investigación es patente. ¿Le interesa a Reos criticar esa órbita o submundo del dibujo? ¿Decir algo sobre FlashFace, sobre redes, sobre los multiple choice, sobre los sistemas de vigilancia con los que algún guardia se está masturbando en este momento a partir de una imagen borrosa y monocroma? ¿Decir algo sobre las autoridades, sobre las masas? Preguntado sobre el asunto, confiesa que se encontró con este resultado en el proceso mismo, buscando “trabajar el dibujo de un modo no expresivo, no artístico”. Y en el “fracaso” de estas imágenes en tanto retratos, se topó con la máscara como síntoma. La posición y gestualidad del rostro (serio, de frente, inexpresivo) remite a la situación de quien es examinado por un poder en alguna de las instancias en las que esto se requiere en forma cada vez más cotidiana: scaneos faciales, trámites migratorios, controles vehiculares, emisión de carnets, toda una variedad de seudo-identikits de personas que, ni convictas ni buscadas, son sin embargo relevadas todo el tiempo, y que encuentra su epítome en el retrato-código biométrico que no se puede ver (un retrato invisible) pero que cose nuestras apariciones en la red como un ADN de superficie y –en caso de interesar- se ofrece como una idea, una trayectoria, una… historia (historial) de cada uno. Reos elige “retratar” ese gesto y posición que no se actúa prácticamente en ninguna otra situación que no sea la del sometimiento. En el título, la palabra “declaración”, propia de un léxico jurídico, remite también a sujetos que comparecen.
Cuando Virilio hablaba en 1997 de una humanidad que tendría derecho a existir pero no a tener una historia, de algún modo estaba anticipando una experiencia central de las últimas dos décadas (aceleración, expansión del panóptico, fragmentación de la información, monitoreo, seguimiento satelital, depreciación del lenguaje verbal, actualidad innombrable). ¿Qué es tener una historia?Seguramente no lo que se llama así en las redes, eso es obvio. Y sin embargo, por amarga o redundante que parezca esa insistencia, es imposible que no signifique algo el que las palabras no digan lo que dicen (Raúl Zurita ha insistido sobre esto en los últimos años). Estos dibujos de Reos parecen un guión, tienen algo de violencia, pero sobre todo son una abstracción que no retrata inscape alguno pero ofrece la imagen angustiosa de un patrón factible de ser entendido como sustituto de la ciudadanía o de las propias personas. Lo que hay en lugar de otra cosa. La contracara de la autopromoción sofocante, de la épica de la individualidad, es la captación masiva y despersonalizada de datos, la fragmentación analítica y la numeración. Y esa práctica, esos procesamientos, tanto por su accionar concreto y efectos, como por su lenguaje, disputan hoy la noción de humanidad. ¿Producen una humanidad de emergencia como la que intuía Virilio? ¿O simplemente una tribu desangelada? ¿U otra cosa? Estas máscaras, retratos vacíos, sustituibles, ejemplos de subtipos y perfiles, parecen la marca de una dinámica devaluatoria que contagia a monedas, juguetes, poemas y pinturas.
¿Podemos seguir hablando de tener una historia, sea colectiva o individual? ¿Hablar de la historia en tanto totalidad? ¿Al alcance de quiénes está eso? Boris Groys dice que los artistas y pensadores son los únicos que tienen chances de desengancharse del flujo y la rueda productiva vertiginosa mediante sus “proyectos”, pero el derecho a no ser visible, ese derecho que en otro tiempo podría haber sido el de apartarse a decantar y organizar una historia, en rigor, casi no existe. Historia es casi un sinónimo de ser perceptible. ¿Quién quiere devenir imperceptible? Roberto Calasso ha dicho que las sociedades occidentales terminaron por abolir toda relación con lo no visible, reduciendo lo que era o tenía algo de ritual (por ejemplo, podríamos decir nosotros, la confección de un retrato) al mero procedimiento. Acaso las prácticas que tienen a la pregunta y al experimento como ejes tengan alguna posibilidad de reintroducir algo de esa dimensión. La pregunta es también una de las formas de hacer emerger, salir a la luz (hacer pensable o imaginable) algo no visible, algo que no está. Hacer hablar a la ausencia, a lo que no hay.
Dijimos que estos dibujos de Reos no son retratos. Tampoco son identikits en un sentido riguroso. También dijimos que hablan más de un vacío constitutivo que de otra cosa. Pero así y todo en estas imágenes, algo, ínfimo por cierto, pareciera querer liberarse de la asepsia, inexpresión y distanciamiento y acercarnos algo de esas personas informantes, “retratadas” sin ser conocidas. Como si intentaran dar alguna señal de ser más que eso, de estar ahí, entre y debajo de su representación codificada. Un argumento del poeta Ben Lerner: los peores poemas permiten vislumbrar contrastivamente al poema ideal, lo pleno. Algo más de Virilio: el problema no es que estos códigos y lenguajes existan sino que se vuelvan dominantes al punto de que los usuarios perdamos incidencia sobre la sintaxis. Reos despliega e instala los materiales de un problema: el dibujo de identificación, los métodos, la sugerencia de la representación de algo social en lo numeroso de la serie, una red de personas, de vidas que emergen y no emergen, la tradición del retrato en el arte, lo maquínico, lo anónimo, y ahí se queda. El mundo se volvió un jeroglífico. Los dibujos parecen retratos de una humanidad atenuada, condenada a responder, a comparecer, a no preguntar. Pero si la pensamos como proceso, “historia” bien puede ser también el poner a trabajar algunas preguntas. ¿Surge algo genuino del narcisismo, el auto-diseño, la simulación, el análisis de datos y el deseo de encuentro y comunidad, todas cosas que se expresan en simultáneo en la sociedad virtual? ¿Cómo nos narramos ahora que casi todos tenemos una pequeña emisora? La revisión, la creación de esas zonas vacilantes, la incursión en los bordes de lo social y de lo artístico sin mayores certezas, revelan un deseo de salir del miedo y la visibilidad y desandar acaso algo del camino que del relevar puede volver al revelar. Una obra que pueda apuntar en esa dirección y detenerse antes de volverse un producto de arte político banal, es tal vez algo necesario además de interesante.
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